Por Luz Hermin
No creo lo que veo, parece que una máquina del tiempo me hubiera transportado a otra realidad, cierro los ojos e intento despertarme, pero no es un sueño. Es una realidad tan palpable que eriza la piel, algo tan lejano que me siento ajena, como si todas las cosas que alguna vez soñé se hubieran desintegrado a cada tik-tok de un reloj que no cambia nunca. La gente corre, desesperada, vaciando sus bolsillos de algo que tiempo atrás hubieran matado por conseguir, dinero. Corren en busca de la libertad, se sienten ahogados por una gran esfera que los aisla del universo, aquel que ni sabían que existía. Aquellos papeles que tiraban sin sentido alguno, que llegarían a causar efectos, funcionan. El humo que despiden como chimeneas hombre y autos, la ignorancia de muchos por la existencia del otro, todo, todo eso llega a un final. El universo desata su furia sobre todos, la naturaleza responde a tanto daño recibido. La capa de ozono incluida con la atmósfera se quiebra cual cristal, y entran los imponentes rayos, destruyendo todo a su paso. La marea sube, generando tsunamis que arrasan con ciudades enteras, volcanes que ocultan pueblo y cual Pompeya.
La tierra se quiebra, la balanza que equilibraba se rompe, todos presienten que es el final. Ya no queda nada para hacer, la ceguera del hombre lo sentenció y cavó su propia tumba. Y yo me veo ahí, sentada en el medio de la calle entre toda la muchedumbre, nadie se percata de mi presencia, total somos todos desconocidos. Pero no me importa, ya sabía que en algún momento esto iba a ocurrir, todo estaba escrito fue imposible de borrar.
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