domingo, 25 de agosto de 2013

Relato de ficción

Por Florencia Lemonier

Hace poco tiempo tuve un viaje maravilloso. Fuimos un grupo de jóvenes a esquiar y a conocer las montañas nevadas de la cordillera andina.
Todo era una novedad. El paisaje con sus cumbres cubiertas de nieve, el sol reflejándose en ella, los valles profundos en sus precipicios, el silencio un medio de mar blanco.
El silencio... se puede oír el silencio y puede llegar a ser aterrador.

Cierta tarde, mientras esquiaba con mis compañeros se reían y conversaban en voz alta, yo me fui quedando atrás para sentir el silencio. Estaba tan distraída que tome por otra senda, o ellos doblaron hacia algún lado, la cosa es que me quedé realmente sola. Cuando tomé conciencia de mi soledad me puse nerviosa y me caí. No tenía a nadie que me pudiera ayudar.
Pasé largo rato pensando cómo salir de allí, hasta que de pronto apareció un muchacho morocho, de ojos verdes y una sonrisa encantadora. Se ofreció a ayudarme y yo lo dejé encantada.

Por la noche, nos encontramos otra vez en un baile. Bailamos toda la noche juntos. Fue maravilloso, divertido, amable.
Al otro día mi excursión partía para Montevideo muy temprano en la mañana. No podíamos volver a vernos pero quedamos que en 20 días, cuando él ya estuviera en su país, se comunicaría conmigo por Internet a la misma hora que nos conocimos en la montaña.
Faltan tres días. No puedo controlar mi ansiedad.

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